miércoles, 12 de noviembre de 2025

El burdel del Diablo


 

El burdel del Diablo

 

No tiene fachada, pero todos lo conocen. No tiene nombre, pero todos lo nombran. El burdel del Diablo no se anuncia: se insinúa. Se mete en las experiencias que duelen, en los pensamientos que arden, en los impulsos que ciegan. No necesita existir: basta con que lo sintamos. Basta con que el odio nos seduzca, que la venganza nos excite, que el rencor nos prometa justicia.

 

Allí no hay cuerpos: hay emociones prostituidas. El deseo se vende como castigo. La tristeza se alquila como poder. La culpa se disfraza de redención. El Diablo no cobra: se apropia. Se instala en la herida, en el abandono, en la humillación. Se alimenta de lo que no pudimos decir, de lo que no nos perdonamos, de lo que nos hicieron y no supimos transformar.

 

En su burdel, el amor se vuelve arma. La memoria, tortura. La palabra, veneno. Y nosotros, sin saberlo, pagamos con nuestra alma cada vez que dejamos que el dolor nos gobierne, que el impulso nos arrastre, que la sombra nos dicte el gesto.

 

El Diablo no existe, dicen. Pero mete la cola en cada decisión tomada desde el miedo. En cada gesto nacido del resentimiento. En cada silencio que encierra una condena. No necesita existir: le basta con que no lo nombremos. Porque mientras no lo veamos, puede seguir bailando en nosotros.

 

Y vos, que sabés que la sombra existe, ¿vas a seguir pagando el precio o vas a prender la luz?

 

martes, 11 de noviembre de 2025

Los alegatos del Dios humo


 

Los alegatos del Dios humo

 

Se presenta el acusado: un Dios de humo, falso, creado por manos humanas para atormentar a otras manos humanas. No es creador de mundos, sino fabricante de culpa. No da vida: la vigila. No ama: castiga. No escucha: sentencia. Se le acusa de haber sido diseñado para controlar, para sesgar el libre albedrío, para convertir la conciencia en miedo y la espiritualidad en obediencia.

 

Este Dios no nace del misterio, sino del poder. No arde en el corazón, sino en los libros que dictan condena. No se revela en el asombro, sino en la amenaza. Su templo es el deber. Su altar, la vergüenza. Su evangelio, la culpa heredada. Se le acusa de haber sido usado como látigo, como grillete, como excusa para silenciar el deseo, la duda, la diferencia.

 

Los alegatos se acumulan: ¿Dónde está la libertad si todo está vigilado? ¿Dónde está el amor si todo se castiga? ¿Dónde está el alma si todo se culpa?

 

El Dios humo no responde. Se disuelve en dogmas. Se esconde en jerarquías. Se camufla en rituales sin fuego. Se multiplica en voces que dicen “no podés”, “no debés”, “no sos digno”.

 

Pero alguien en el fondo del tribunal enciende una vela. No para ese Dios, sino para la fuerza que crea mundos sin condena. Para la divinidad que no vigila, sino que acompaña. Para el misterio que no exige, sino que invita. Para el amor que no castiga, sino que libera.

 

Y entonces, los alegatos del Dios humo se convierten en humo. Y el juicio se transforma en revelación.

 

El carnaval de la desidia


 

El carnaval de la desidia

 

Desfila el mundo sin júbilo, pero con lentejuelas. No hay verdad, pero abundan los disfraces. No hay amor, pero sobran los gestos ensayados para la foto. El carnaval de la desidia avanza, brillante y hueco, como un cortejo fúnebre que aprendió a bailar. Las máscaras no ocultan el rostro: lo reemplazan. Ya nadie recuerda su cara original. El cansancio se maquilla, la tristeza se tunea, la rabia se convierte en meme. Los tambores no suenan: vibran en silencio, como corazones anestesiados. El público aplaude sin mirar. El alma bosteza. La compasión se disfraza de trending topic.

 

En este carnaval, la desidia es reina. Lleva una corona de excusas, un cetro de indiferencia, un vestido hecho con retazos de “no me importa”. Saluda sin mirar. Sonríe sin sentir. Reina sin reinar. Los niños aprenden a desfilar antes de aprender a llorar. Los viejos olvidan que alguna vez amaron. Los poetas escriben slogans. Los santos venden cursos de mindfulness. Los lobos aúllan en silencio, desde los márgenes del desfile.

 

Y vos, que miras desde la vereda, ¿te vas a poner la máscara o vas a prender fuego el disfraz?

lunes, 10 de noviembre de 2025

Los alegatos del Dios ausente


 

Los alegatos del Dios ausente

 

Comparecen los señores del mundo, envueltos en espejos, coronados por selfies, perfumados de egolatría. Se les acusa de haber reemplazado a Dios por el reflejo, de haber convertido el alma en vitrina, la ternura en espectáculo, el dolor en contenido. Se les acusa de autismo emocional, de culto a la apariencia, de haber hecho del “parecer” una religión sin misericordia.

 

Los testigos no hablan. Están ocupados editando sus rostros. La verdad se oculta detrás de filtros, slogans, poses. La compasión fue cancelada por falta de likes. El amor sin testigos ha sido exiliado. La ternura sin monetización, proscripta. El silencio sin audiencia, condenado.

 

El Dios ausente no responde. Está mirando stories. Está ocupado en su indolencia divina, o quizás nunca estuvo. Tal vez fue siempre un algoritmo, un espectador sin alma, un ídolo de humo. Tal vez lo inventamos para no vernos.

 

El alegato continúa, como campana rota: ¿Dónde está el amor sin espectáculo? ¿Dónde está el dolor sin aplausos? ¿Dónde está el otro, el verdadero, el que no se vende ni se muestra?

 

Silencio. Un influencer llora en cámara. Un algoritmo aplaude. El tribunal se disuelve en humo. La humanidad se absuelve a sí misma. Y se condena a seguir pareciendo.


TERMINAR


 

Terminar la secuencia. Ver pasar la vida, esa charada disfrazada de cortejo fúnebre acompañando el cadáver en quien nos transformamos cada día cuanto tentamos a la sonrisa en medio de un océano de hipocresía.

 Un carnaval donde las máscaras propias y ajenas esconcen los rostros de la desidia. La verdad se oculta detrás de la mirada yerta: vacía

 Terminar la secuencia de la vida, este circo de penas y condenas donde los alegatos se extinguen y la sentencia se apresura: “ser víctima inocente o cruel victimario” … Decisión inquietante: “ir al cielo o al infierno”. Morada eterna.

 Carrusel enloquecido de pasiones desbocadas donde todo vale y la nada te envicia en la indolencia. Estamos condenados a beber el veneno de las serpientes consagradas al Dios de los Abismos al que rendimos pleitesías la maldad parece un privilegio.

 Terminar la secuencia de la vida. Desterrar arrebatos, impulsos desvaríos…

 Una campana suena en el burdel del Diablo. El condenado grita en espeluznante silencio: - “Dónde está Dios, donde esta- “

 Ocupado (en su indolencia de Dios abúlico o divertido, mirando orgias, el fuego, sembradíos muerte) De pronto se escucha un veredicto:

- “Culpable. Por blasfemo culpable”

 Una vez mas la pena llega tarde.

El reo fue asesinado

 


domingo, 9 de noviembre de 2025

Cierre Ritual y fin de la saga Creativa "El Cuadro"


 

Cierre Ritual

Este ciclo ha terminado, pero su eco persiste.

Las voces que aquí hablaron no se apagan: se esconden en los pliegues del lenguaje.

El lector que ha atravesado estas páginas ya no es el mismo.

Ha sido testigo de una resurrección.

Ha escuchado a los muertos respirar.

Ha sentido el temblor de lo que no puede nombrarse.

Y ahora, debe decidir qué hacer con ese fuego.

Este trabajo no busca clausura.

Es una herida abierta, un conjuro que sigue actuando.

Quien lo lea, que sepa: ha sido marcado.

Y que recuerde, siempre:

La belleza también puede ser maldita.

La poesía también puede ser cuchillo.

Y el cuadro…

El cuadro nunca deja de mirar.

 

Espero hayan disfrutado de esta saga en la voz de lo poetas malditos recreada por mi…  gracias por acompañarme

 

Alejandra Arqués Arranz

Compartiendo las disitntas formas de expresion de los poetas malditos


 

El Cuadro: Sinfonía de los Malditos


I. Poe

La casa respira.

Los muros exhalan un perfume de muerte.

Ella sube los peldaños como quien asciende al patíbulo.

El cuadro la espera.

Y yo, tras la ventana, espero el momento en que la belleza se vuelva condena

 

I. Rimbaud

 

La luna se derrama sobre el lienzo como un vino enfermo.

Ella es fuego y sombra, juventud que arde sin saber por qué.

El mar del cuadro grita en colores que no existen.

Y yo salto sobre la alegría como una fiera, sordamente.

 

III. Lovecraft

 

No es pintura.

Es geometría imposible.

El mar se agita en direcciones que desafían la lógica.

Ella no es vecina: es sacerdotisa de lo innombrable.

Y yo, al tocar la tela,

me convierto en parte del dios que duerme bajo las olas.

 

 

IV. Lautréamont

 

Ella es un insecto vestido de terciopelo.

El cuadro se masturba contra la costa.

Yo la espío por odio lírico.

Las garras que me arrastran no son físicas: son versos.

Ahora soy parte del poema que se ríe de sí mismo.

 

V. Baudelaire

 

Ella camina como un verso entre ruinas.

Su ausencia es un veneno lento.

El cuadro es perfume de abismo.

La luna lo ilumina como si fuera su joya más triste

Y desde la tela, cada noche, yo la amo.

Con la ternura de los muertos.

Soy el que pinta con rabia lo que otros llaman belleza